Las asombrosas deducciones de Sherlock Holmes
-Fíjese, mi querido Watson -y Holmes colocó su tubo de ensayo en el colgadero, y empezó a aleccionarme con los aires de un profesor que está hablando a sus alumnos-; fíjese, digo, en que no resulta muy difícil construir una serie de inferencias, cada una de las cuales se apoya en la que le precede siendo por sí misma sencilla. Sí, después de haber hecho eso, aparta uno todas las inferencias centrales y ofrece al auditorio únicamente el punto de arranque y la conclusión, puede producir efectos sumamente sorprendentes, aunque es posible que sean demasiado llamativos. Ahora bien: no es difícil mediante el examen del surco que separa el dedo índice del pulgar de su mano izquierda, sacar la conclusión segura de que usted no se propone invertir su pequeño capital en valores en los campos mineros auríferos.
-No veo la ligazón entre una cosa y otra.
-Es muy probable que no la vea, pero yo puedo hacerle ver rápidamente la ligazón íntima que existe. He aquí los eslabones que faltan en la cadena sencillísima. Primero: la noche pasada, y cuando usted regresó del club, había entre el índice de su mano izquierda y el pulgar restos de tiza. Segundo: usted se da tiza en ese sitio cuando juega al billar, con objeto de afianzar allí el taco. Tercero: usted no juega al billar si no es con Thurston. Cuarto: hará cuatro semanas que me dijo usted que Thurston tenía una opción sobre determinados valores sudafricanos que expiraban al cumplirse un mes, y que deseaba que usted entrase con él en el negocio. Quinto: usted guarda bajo llave en mi mesa de despacho su libro de cheques, y no me ha pedido la llave. Sexto: por consiguiente, no se propone invertir su dinero en ese negocio.
-¡Qué cosa más absurdamente sencilla! -exclamé yo.
-¡Sencillísima! -dijo él un poco molesto-. Una vez que se los explican a usted, todos los problemas le resultan infantiles.
-No veo la ligazón entre una cosa y otra.
-Es muy probable que no la vea, pero yo puedo hacerle ver rápidamente la ligazón íntima que existe. He aquí los eslabones que faltan en la cadena sencillísima. Primero: la noche pasada, y cuando usted regresó del club, había entre el índice de su mano izquierda y el pulgar restos de tiza. Segundo: usted se da tiza en ese sitio cuando juega al billar, con objeto de afianzar allí el taco. Tercero: usted no juega al billar si no es con Thurston. Cuarto: hará cuatro semanas que me dijo usted que Thurston tenía una opción sobre determinados valores sudafricanos que expiraban al cumplirse un mes, y que deseaba que usted entrase con él en el negocio. Quinto: usted guarda bajo llave en mi mesa de despacho su libro de cheques, y no me ha pedido la llave. Sexto: por consiguiente, no se propone invertir su dinero en ese negocio.
-¡Qué cosa más absurdamente sencilla! -exclamé yo.
-¡Sencillísima! -dijo él un poco molesto-. Una vez que se los explican a usted, todos los problemas le resultan infantiles.
A. Conan Doyle, La reaparición de Sherlock Holmes.
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